Cuantas veces hemos escuchado esta frase a las abuelas: «Niña no te duermas«, el miedo estaba latente en la sociedad, sabían que su hijo o hija podía ser robado en el momento del parto.
Pocas cosas son tan importantes y tan asumidas para cada persona como su propia identidad, casi siempre de forma involuntaria, casi como un hecho natural. Pocas veces somos conscientes del altísimo valor que ésta tiene para la construcción de lo que cada uno y una llegamos a ser en nuestra vida y casi siempre damos como cierto aquello que nos es inculcado sobre ella desde el principio de nuestro conocimiento y consciencia como individuo.
Pues en este país, de forma institucionalizada, se ha procedido durante cincuenta años a un robo de identidad a miles de niños y niñas, un robo de la maternidad a miles de madres juzgadas bajo una moral indecente que se hacía propietaria de su voluntad, de su vida, de sus planes de futuro. Un robo amparado en una legislación laxa y antigua que encerraba comportamientos inhumanos, aprovechándose de las condiciones sociales o personales de las madres para establecer un mercado de bebés basados en la superioridad y soberbia moral de personas sin alma.
Dolor en el hecho, dolor en la búsqueda de la verdad, de los hijos e hijas, de los hermanos y hermanas, de las madres robadas. Porque si a la madre le hurtan el fruto de su maternidad a los hijos e hijas le roban el derecho a su identidad, al conocimiento de su verdadera historia personal, a saber quién es su familia biológica.
En mi etapa como presidenta de la Junta de Andalucía tuve la oportunidad de conocer a las hijas e hijos y a las madres víctimas de este robo institucionalizado durante más de cincuenta años, y sus historias, sus necesidades, sus demandas y sus denuncias del abandono que sentían por parte del estado democrático que le debe verdad, justicia y reparación. Ellos y ellas fueron quienes me hicieron consciente de la necesidad de cumplir con mi obligación, con mi deber como demócrata y persona convencida de la necesidad de que se le dé satisfacción a sus demandas desde el estado, desde mi responsabilidad en aquellos momentos, y de mi compromiso personal a una lucha justa y que no tiene otro fin que el de acabar con esa injusticia.